Estoy leyendo «Aprender a rezar en la era de la técnica» de Gonçalo M. Tavares y desde el primer capítulo es así de demolador.
I
El padre lo cogió y lo llevó hasta la habitación de una criada, la más joven y hermosa de la casa.
-Ahora vas a hacértela aquí, delante de mí.
La criadita estaba asustada, por supuesto, pero lo raro era que parecía tenerle miedo a él, y no a su padre: era el hecho de que Lenz fuera un adolescente lo que asustaba a la criadita y no la violencia con la que su padre la ponía a disposición del hijo, sin asomo de pudor, sin tener siquiera la delicadeza de salir. El padre quería verlo.
-Vas a hacértela delante de mí -repetía.
Estas palabras de su padre marcaron a Lenz durante años. Vas a hacértela.
El acto de fornicar a la criadita reducido al más simple de todos los actos, a un mero hacer. Vas a hacértela, esa era la expresión, como si la criadita no estuviese del todo hecha, como si fuese todavía una materia informe, a la espera de aquel acto de Lenz para quedar acabada. Esta mujer no estará del todo hecha hasta que tú la hagas, pensó el adolescente Lenz de un modo claro, y sus gestos siguientes fueron los de un trabajador, de un empleado que obedece las indicaciones de un encargado con más experiencia, en este caso su padre: vas a hacerlo.
-Quítate los pantalones -fue la segunda frase de su padre-. Quítate los pantalones.
El adolescente Lenz se quitó los pantalones. Y todas las órdenes que siguieron iban dirigidas exclusivamente a él; es decir: el padre no dirigió una sola frase a la criadita; ella sabía lo que debía hacer y lo hizo, era una máquina que no tenía alternativa, a diferencia del adolescente Lenz, que pese a todo podría haberle dicho a su padre: no quiero.
-Quítate los pantalones -ordenó el padre.
A continuación Lenz es conducido, casi empujado, por su padre hasta la criadita, que está acostada y a la espera.
-Avanza -dijo el padre en tono brusco.
Y el adolescente Lenz avanzó, con determinación, sobre la criadita.
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