
Comencé a hacer fotos por casualidad, como todo lo importante.
Pasa el tiempo y sigo con este extraño amor fotográfico.
Aprendo y aprendo pero nunca es suficiente, hago fotos extrañas, a veces me preguntan qué tipo de fotos hago y no sé qué responder. Fotografía lo que me gusta, lo que llama mi atención, esas cosas que me inquietan, no soporto la indiferencia.
Con David son tres años, me gusta hacerle fotos, pero no me resulta fácil, hay momentos, situaciones, en las que sacar la cámara sería romper el encanto, prefiero perder la foto y vivir. Aún queda mucho tiempo.
Alejandra Weil, 1997
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Objetos (distintos) de amor
El amor heterosexual ha sido plasmado en algunas ocasiones – no en demasiadas- por los artistas masculinos. Más que las manifestaciones de cariño o de compenetración anímica, la historia del arte occidental ha ofrecido innumerables ejemplos de figuras que encarnan el objeto de un deseo amoroso o sexual: todos aquellos retratos, millares de ellos, que llenan las pinacotecas de espléndidas mujeres. Estas mujeres son atractivas; sus atributos de belleza a veces se disfrazan con la máscara mitológica (las Venus, las Dianas); a veces con la religiosa (las Vírgenes, las santas, las mártires, las místicas). En muchas ocasiones el pintor aprovecha el motivo para introducir un detalle sexual (las Vírgenes de la leche; la Caritas Romana).
En otras lo hace abiertamente, sobre todo a partir del siglo XVIII. Dado que la selección de una pareja era, hasta nuestro siglo, una cuestión normalmente impuesta por la familia, y ello tanto en la aristocracia como en las clases burguesas, no es de extrañar que tampoco existan demasiados ejemplos de ententes amorosas. Hay, eso sí, seductoras, y por doquier, y aproximaciones corporales de todo tipo, especialmente en la pintura holandesa y francesa. Pero escenas de amor, tal y como parece desprenderse, pongamos, por caso, de la famosa obra de Rembrandt titulada La novia judía, hay pocas (en ella el hombre posa, delicadamente recordémoslo, su mano sobre el seno de la mujer). Una sensación similar la tenemos con la fotografía de Alejandra Weil (adaptada a la mayor «visibilidad sexual» de nuestra época) en la que la fotógrafa ha captado un momento de total intimidad.
Jean Luc Godard dijo en una ocasión: «Mi ambición es la de llegar a filmar a gente que se besa. No veo aún muy bien cómo se puede llevar a cabo […] los cineastas filman lo que saben, no lo que ven. La mitad de la gente cierra los ojos cuando se besa o cuando se tocan, tres cuartas partes apagan la luz». Pues bien, Alejandra Weil no solo no apaga la luz y no cierra los ojos, sino que deja que se refleje, con su encuadre «desde dentro», una escena íntima de su vida amorosa. He aquí una escena en donde es la propia mujer la que, por fin, representa su propio deseo y lo hace a través de lo vivido, no a través del objeto de su deseo representado como un objeto.»
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Fragmento del texto «Como nos vemos: revisitar las imágenes de la mujer» de Victoria Combalía, publicado en el catálogo de la exposición «Cómo nos vemos. Imágenes y arquetipos femeninos» de 1998. Centre Cultural Tecla Sala. L´Hospitalet. Barcelona, en la que participé.

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